Proyectos recientes
Avistamientos y encantamientos cíclicos
Esta puntual reseña recorre un estrecho marco de
experiencias artísticas que se producen en la ciudad de Matanzas y no siempre
para la ciudad que describen una instancia particular y palpable del estado
vivencial que transitamos. Vienen modulando la idea de la presencia de
pensamientos cíclicos de impronta cultural, y señalan la constancia de debates
fundamentales ya estacionarios en la percepción de problemáticas cardinales de
la producción artística.
No son comportamientos ensordecedoramente nuevos. No es
que haya un arte contemporáneo avantgarden, ni un cúmulo de nuevas voces ni
revoluciones artísticas; más bien lo que se anda cociendo marca continuidades,
tranquilas, livianas, que están siguiendo aquellas primeras pautas del Beuys de
los 80’ cubanos del arte-vida, en una amplísima gama de maneras y aptitudes.
Son revalidaciones de un horizonte visual que insiste en intensidades
sensoriales, enfatizan la temporalidad y el espacio. Como ecos de una suerte de
estadío extático, hiperbolizan las sensaciones como escape introspectivo de
respuesta a una crisis social que cierne sus efectos en el panorama cultural, y
lo hacen desde voces individuales que sucintamente coinciden en el “exceso” del
fenómeno.
Como los canales de promoción del circuito artístico son
tan escurridizos cuando se trata de exponer arte de instancia conceptual con
necesidades de producción sustanciosas, muchas propuestas expositivas nos
llegan más como proyectos que como shows o puestas en escena. Es lo que ha
pasado con buena parte de la producción artística reciente de los artistas de
la ciudad de Matanzas, egresados y estudiantes del ISA. No obstante, desde los
proyectos de obra y algunas exposiciones sucedidas, proponen destacar modos
para la percepción del arte desde una visión que se muestra diferenciada
respecto a lo anterior.
Proyecto de abel Rolo del año 2015, nunca realizado |
La insularidad, la condición de isla –aislada- es el eje
simbólico más reiterado en el conjunto de obras que proponen. Acaso la
sentencia devenida en título del ensayo de Benitez Rojo nos circunda: La isla que se repite[1].
Si en su teoría de las islas y en su explicación del porqué no entra en crisis
una manera de ser y vivir (su visión de “de cierta manera” ) que asociaba a una
especie de ritmo despreocupado y ondulante, una estética para la filosofía del
carpe diem, vista en mil referencias que han construido el discurso identitario
cubano y presente desde Lezama a Virgilio; aquí los artistas la retoman y la
actualizan en una puesta en escena mínimal y hasta edulcorada; que redefine y
ofrece una revisión y actualización completamente desprejuiciada y veladamente
agresiva.
Quiero marcar para esta reseña la estructura misma de las
obras, elemento donde se implanta la diferencia hacia un nivel distintivo
respecto a lo anterior, en cuanto a la discursividad. Ya había señalado la
vocación mínimal y si lo prefieren, con su apellido “posconceptual”, que tiene
más que ver con una poética afianzada en los no tan “nuevos” medios y la
suficiencia de recursos expresivos, llevadas de la mano con soluciones
imprevistas, felices, lúdicas incluso; en muchas de las cuales pierden los
limites la obra “artística” y el diseño industrial. Más certero sería referir
la herencia del diseño dentro de las artes visuales, el débito del cine para
con las artes visuales, en fin el uso de todo un paisaje de visualidades que
están en el campo social y que entran y hacen las obras artísticas, tal como
señalaba anteriormente. Llama la atención incluso que la referencia netamente
“plástica” venida del arte cubano para un tema tan recurrente sea solo con las
“Aguas territoriales” de Luis Martínez Pedro.
De las obras en estas pautas y con una turbadora
sencillez: Pool, de la autoría de
Fernando, muestra una estructura rectangular a la altura del piso -lo que
implica una visión por parte del espectador desde arriba- que contiene agua y
arena. Estos dos elementos son perfectamente divididos en la línea que sus
límites configuran, de una inquietante limpieza. No es el azar quien modela el
borde: es el artista, y lo hace como un tajo, una incisión, un acto geométrico.
Es una línea perfectamente perceptible que se hace notar y descree entonces de
lo natural del evento. Hace enfatizar el carácter humano, su exigencia
impositiva, su presencia como límite in- natural, y obviamente racional,
reglamentario. El espectador se acercaría a ella desde arriba y hasta es
posible que quede seducido por su delicada estética, en la que no solo influyen
los elementos humanos (la geometría marcada del hecho estético) sino el
contraste fresco de los elementos, que accederían a la experiencia previa de
quien se acerque en una visión aparentemente apacible, inconscientemente
complaciente. Inquietante entonces por su mesurada y calculada estructura.
Con Corona,
Abel Rolo pone el canto de cisne a toda la carga que signara una obra como las Aguas Territoriales para el arte cubano.
Si en su momento esta referencia artística constituyó una manera de vernos
dentro del mundo desde una particularidad que nos expresaba, ahora nos define
como un ojo de agua que no nos deja salir, como un remolino que nos atasca y
nos excluye del mundo. Vuelve a sentirse la estructura circular, cíclica. La
retórica que no nos lleva a ninguna parte.
La
carga esta vez obra de
Fernando, está concebida como video instalación. Son ordenados caballos de
balancín -juguetes- que se muestran delante de la proyección de un loop de la
película La carga al machete. Los
caballos, rojos, delante. Una vez más la racionalidad contrasta con la fluidez
de la impronta irracional y azarosa del ataque. Los caballos son juguetes de
balance, no van a parte alguna, no atacan y si entretienen. Se muestran
ordenadamente dispuestos a su uso placentero, se finge el juego del ataque. Es
un efecto cíclico, retórico, que estaciona a la historia como entretenimiento.
Si a nivel de estructura compositiva fuéramos a ver la
exposición, estarían escalando en dirección vertical las estructuras cíclicas,
planteando el caos estacionario, la retórica vacía. Aun así, el tentempié, el
balance, los juegos oscilatorios; imponen el margen de la suspicacia y de la incredulidad
árida. Toda una gama de sucesos desprovistos de eventos y destinos, con lo que
fija en la insularidad el signo de la castración, y lo hace desde una postura
que implica una manera distinta de entendernos. Esta muestra confirma la idea
cíclica de los temas que aparecen en el espectro del arte cubano. Las causas de
que emerjan una y otra vez radican en la irresolución de los conflictos, que se
agudizan, perennes, en el espectro de las problemáticas contemporáneas.
Otra vertiente que destaca por su manera de hacer y de
insertarse con una visualidad distintiva es la pintura de Frank David Valdés.
Limpio, elegante, chillón; estas obras refrescan la densidad conceptual y en
medio de su “escándalo” visual, apunta a otros comportamientos que señalan una vocación
intensamente estética desde el objeto más que de la pintura. El color irrumpe y
modela los planos bidimensionales con una exuberancia que en ocasiones dirige
su tono hacia lo expresivo. Esta obra es vigorosa, seductora, egocéntrica,
moderna y a la vez introspectiva. Una introspección lúdica, plena de choteos,
cinismos vitales y posturas irreverentes. Como dice el artista: “Todo el mundo sabe que hemos apostado todo
el dinero que nos quedó en los bolsillos con el único propósito de sentir lo
que es correcto. Somos consecuentes con nuestros principios y regalamos a la
Tierra un manifiesto imposible de memorizar.”[2]
Hay un tono despreocupado y vitalista en todo sentido,
que se expande en los otros modos de hacer en su obra, donde el collage es el
medio de establecer conexiones de espíritu dadaísta con objetos y colores
impresionistas que redefinen funciones para el objeto artístico con una
funcionalidad vacía que apunta a una sinergia existencial con el instante mismo
que transcurre. Con un aliento visual que recuerda a la obra de Ezequiel,
posturas a lo Rimbaud, con fuertes débitos a la obra de Bukowski. Toda una
estética donde lo disfuncional opera como materialidad estética, a modo de
acontecimiento de la representación.
Francamente, no pongo la mano en la candela aseverando la
presencia de una investigación concienzuda de la representación. Toda
declaración se me antoja un silogismo, a veces existencial, a veces palpable en
su urgente materialidad. Su hacer me parece más un fluir aleatorio de imágenes
que se instauran como los poemas dadás. De cualquier manera, la respuesta
estética funge como contracción visual. Tengo la fuerte impresión que disfruta
de la experiencia del proceso mismo, de la fiesta creativa, de una vitalidad
lúcida intensamente presente, que implica una sensorialidad específicamente
táctil, palpable, física.
Hay en este sentido una fuerte voluntad de escape hacia
el momento extático. Una instancia de presencia mantenida a un mismo nivel. En
esta dirección, funge a favor de una temporalidad híper presente singularizada
por su densidad material.
Además del color plano, estridente por momentos, bien
puesto y nítido; destacan toda una gama de apropiaciones enfáticas de la escala
urbana, de la grafía de las expresiones burdas y del grafiti, un desdibujo de
raíz expresionista. Todo un arsenal que emparenta las visualidades actuales, en
una voracidad que no distingue entre patrones y mitos que vienen sea lo mismo
del arte, el teatro, el cine y la vida que transcurre. Es una de las maneras en
que se confirma el rasgo pseudo, que desdibuja el precedente, lo diluye en una
insistencia inmanente, y se instaura al presente desde un limbo con excedencias
estéticas y grandes sorbos de dosis vitalista.
Otro elemento se filtra en el horizonte visual. La dimensión
sensorial aparece convocada en la exposición del temprano proyecto CD-Room curado por Frency en el 2001,
que la crítica Sandra Sosa definía en las nociones de espacialidad[3].
La presencia de los intereses de Frency por el arte de nuevos medios se ha
consolidado por su acción movilizadora en el ISA como profesor. La estancia
sensorial llega a confirmarse como uno de los modos en que se manifiesta el
arte contemporáneo, a la que responden algunos jóvenes artistas.
El caso de Alberto Domínguez, graduado de Diseño Escénico
en el ISA, responde a este impulso creativo. Su hacer artístico encarna la idea
de la necesidad interdisciplinaria del artista contemporáneo y de la transición
del arte analógico al arte basado más en códigos que en imágenes. Su trabajo
con los nuevos medios se desarrolla con énfasis en la participación de
proyectos como CLUBNoCKE, en el
espacio TIER de la XI Bienal de La Habana[4]en el
que presenta una obra realizada en el programa Processing.
Para entender un poco el cambio radical que para la
representación supone este suceso, nada más decir que hay una translocación
completa del espacio tal como lo entendemos en el pensamiento convencional. La
digitalización pone de manifiesto en términos matemáticos la matriz de
sensaciones, argumento que de alguna manera hace presencia en los momentos
claves de la historia del arte, pues el artista por antonomasia es un creador
de sensaciones visuales, un estudioso de las proporciones y de la percepción
del espacio. Es una manera distinta de pensar el soporte artístico que viene
haciendo presencia desde los años 60’ en el ámbito internacional con las
imágenes generadas por las computadoras. Los nuevos medios trabajan con códigos
que responden a movimientos, temperaturas, acciones y luces,
interactividad-respuesta que provoca constantes movimientos ópticos y que es
factible a la creación de experiencias íntimas e intensas, con una conmovedora
inmediatez. Es la filosofía del comportamiento del script, que con determinadas
órdenes programadas, ejecuta una serie de acciones que en continuidad, resultan
aleatorias y abren espacio a la sorpresa y el azar.
Sus trabajos incluyen obras como Serie variable (x + y), realizada en la exposición del Taller
CNCELAB, en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales de La
Habana, y la obra In illo tempore
obra realizada con el programa Isadora. También refiere la presentación del
espectáculo audiovisual Como Bailar en
Tiempo de Crisis.[5]
Voy a detenerme en los modos de presentación que aparecen
en Espacio complementario,
instalación interactiva realizada con Processing y Isadora[6] y Macroantropos obra interactiva en
también en Processing, ambas de año 2012. El complejo proceso visual de estas
obras provoca una reordenación constante de re-diseños ópticos a partir de
acciones determinadas, convocadas por una aleatoriedad de suceso real, que provoca esenciales intensidades para una
experiencia estética abrumadora. Se trata de una experimentación que supone la
asunción de todo el aparato tecnológico además de una disposición cognoscitiva
de las experiencias sensoriales, del papel del receptor-coautor-agente activo.
Atiende en alguna medida una superación del hecho estético a favor de una
diametral intensificación de la recepción de arte.
Se permite establecer juegos de extrañeza y experiencias
de percepción sorprendentes. Tal es el caso de su proyecto Complejo Ícaro[7],
obra interactiva que dialoga con la necesidad innata del hombre de superar el
conocimiento científico y sus límites fisiológicos. La obra impone su ejercicio
a partir de un sistema de comportamiento prediseñado por el artista para el
receptor, que es filmado en tiempo real a la vez que proyectado en la acción de
levitar, parodiando el efecto del vuelo por toda una escenografía celeste. El
público funge como cocreador de la experiencia de la obra porque es el objeto
mismo de la obra. En un simulacro que involucra el tiempo real y la instancia
virtual, ambas como experiencias temporales coincidentes. En el extremo
ilusorio de la metáfora de libertad y de autonomía, el artista promete y
después desilusiona con la realidad actual irrevocable, material. Implica el
juego de las promesas truncas, del desengaño que se vuelve síntoma sistémico.
Es en definitiva un juego o show mediático que parodia sistemas de control
social con su dual realidad, para suplantar y relativizar los niveles de
certeza que comprometen conscientemente los de la credulidad. Vuelven a
aparecer las operatorias ideológicas, liberando los síntomas de la crisis en la
conciencia social.
Los rasgos que vienen caracterizando nuestra producción reciente
como modulaciones; están presentes en estas obras a partir de la introspección,
la estacionalidad discursiva, la dimensión híper presente de la temporalidad,
atendida tanto en los efectos sensoriales de unas como en la densa materialidad
de las otras. Todas ellas confluyen en una especie de encantamiento, demandando
la atención sobre esta revisitación obligada de los conceptos discursivos que
nos han confirmado como cultura.
Helga Montalván
Matanzas. Marzo, 2015.
[1] Benítez Rojo, Antonio: La isla que se repite. Ed: Casiopea.
Barcelona. 1998
[2] En El Rincón Del Vago texto del artista para exposición del grupo de
4to año de Diseño Escénico del ISA en el Centro Hispanoamericano de la Cultura.
La Habana, 2014
[3] “(…)
desde la propia concepción depurada de las piezas, asequibles a una estética
mínimal, hasta la recepción que no dejó margen a concesiones de tipo retórico.
Todo se redujo a un gesto: estás con él o no. La interpretación desapareció en
beneficio de la sensación, la simultaneidad, la inmediatez y el impacto.”
Por Sandra Sosa en 2001. ¿La Odisea del
Espacio? Material Digital del Archivo de José Veigas. La Habana.
[4] Evento de Música electrónica, Mapping,
New Media, Media, Happening, Performance, Video-instalación, arte objetual y
pintura. Curaduría de Frency Fernández, Julio César Llópiz y Marcel Márquez. En
Casa de la Cultura de 7ª y 60, Playa. Mayo- junio, 2012.
[5] Presentada primero en la Galería Raúl Oliva y después en Salle Zero, Alianza Francesa. Ambas en La Habana en
el año 2013.
[6] Lenguajes de programación interactiva,
cada cual con sus propias especificaciones software.
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